Síntomas y Tratamiento de la Depresión.

 

Para poder comprender los signos y síntomas de la depresión es importante tener claro qué es la depresión. De acuerdo a Botto, Acuña y Jiménez (2014), la depresión es un trastorno complejo, etiológicamente multideterminado y clínicamente heterogéneo al cual se puede llegar a través de diversas vías, cuyas manifestaciones psicopatológicas se relacionan con la personalidad que depende de la interacción entre factores genéticos y ambientales a lo largo del desarrollo. En el origen de la depresión interactúan factores genéticos y ambientales. Según Alzuri, Hernández y Calzada (2017) las teorías psicológicas tienden a agrupar los factores que determinan su aparición en dos polos: uno endógeno, que considera que el comportamiento está determinado por factores “internos” (biológicos) y un polo exógeno que se explica por factores “externo” (ambiente). Ambos polos, poseen un carácter determinista al ubicar la causa, de manera excluyente, en lo biológico o en el ambiente.

 

En opiniones de los autores, nos debemos referir en términos de factores que influyen en la depresión, y al hacerlo, se debe estimar con un enfoque integrador, donde estos puedan coincidir en un mismo caso, aceptando y procurando, además, hallar las evidencias del predominio de uno u otro. Para Ricardo Capponi, destacado psicoanalista y creador del libro Psicopatología y Semiología Psiquiátrica (1987), y tal como lo describe en su libro, la depresión es entendida como un estado afectivo caracterizado por una disminución cuantitativa del estado de ánimo, que es vivida por el paciente como un sentimiento de tristeza, que va desde la formulación de “yo estoy triste, molesto, afligido, desesperado” hasta un sentimiento interno indescriptible y horrible. La expresión de este estado es variable, algunos lloran, otros se ven visiblemente derrotados o muy conmovidos, hasta los que están como petrificados en el dolor y el sufrimiento.

Es importante mencionar que el término “depresión” es utilizado habitualmente en su sentido sindromático, es decir, connotando un cuadro clínico con un conjunto de síntomas, especialmente para referirse a los trastornos depresivos, los cuales se caracterizan por una tristeza de una intensidad o una duración suficiente como para interferir en la funcionalidad y, en ocasiones, por una disminución del interés o del placer despertado por las actividades que antes nos ocasionaban placer. Además, pueden presentarse síntomas como soledad, desesperación, pesimismo, sentimientos de culpa y desvalorización. En la quinta edición del Diagnostic and Stadistical Manual of Mental Disorders (DSM-V), se clasifican algunos tipos de trastornos según los síntomas específicos presentados: trastorno depresivo mayor (comúnmente denominado depresión); trastorno depresivo persistente (distimia), y otros trastornos depresivos especificados o no especificados.

 

Ezquiaga, García, Díaz y García (2011) señalan que algunos autores consideran que el síntoma nuclear de la depresión es la anhedonia, otros consideran que el síntoma nuclear es la tristeza, pero una tristeza con características propias, tal como la publicada por Kraepelin en 1921, Se trataría de una “tristeza vital”, que, tal como la describió K. Schneider, sería diferente de la tristeza como sentimiento anímico norma, caracterizada por ser autónoma, no reactiva, desvinculada del desencadenante si lo hubiera, difusa, corporalizada y persistente. Autores próximos han establecido experimentalmente un “índice de Tristeza Patológica” con sensibilidad y especifidad satisfactorias, tanto más alto cuanto la tristeza sea más interna, incontrolable, permanente, duradera, desesperanzada, temerosa, rara y fatigada.

 

Como ya se mencionó, la depresión es entendida como una forma de psicopatología que no deriva sólo de una alteración biológica inespecífica sino como un modo maladaptativo de tramitar las disrupciones severas y persistentes del desarrollo en el contexto de un trastorno interpersonal más que intrapersonal, por ello, el abordaje clínico del paciente deprimido deberá considerar siempre los aspectos situacionales y caracterológicos. En consecuencia, se debe plantear el abordaje diagnóstico de la depresión en un proceso secuencial que deberá responder a una serie de preguntas cuyo objetivo final debe ser el determinar por qué el individuo se encuentra deprimido. Se llega entonces a la conclusión de que el diagnostico depresión deberá ser de exclusión, habiendo descartado previamente bipolaridad, enfermedades médicas, otros trastornos psiquiátricos como el consumo de sustancias y enfermedades comórvidas.

 

De acuerdo a Pérez (2017) las opciones de tratamiento para la depresión incluyen tratamientos farmacológicos y no farmacológicos. En el tratamiento antidepresivo farmacológico se reserva para episodios moderados a severos (y en algunos casos específicos para los leves). Hasta el momento, la gran mayoría de los fármacos utilizados tienen un común denominador: su acción sobre el sistema monoanimérgico. Independientemente de su mecanismo de acción, el resultado final es la regulación de algunos de los siguientes neurotransmisores: serotonina (5-HT), dopamina (DA) noradrenalina (NA). En los tratamientos no farmacológicos se incluyen la psicoterapia, la terapia electroconvulsiva, la estimulación magnética transcraneal y la estimulación magnética profunda, entre otras.

 

Las Guías de práctica clínica, tan denostadas y quizás por ello tan olvidadas en el medio, como la publicada en el año 2008 por el Ministerio de Sanidad, o la guía NICE del Reino Unido (National Institute of Clinical Excellence), proponen un abordaje por pasos en el tratamiento de la depresión, según el grado de severidad de la misma. En los primeros pasos, aplicables a las “depresiones leves”, se desaconseja el tratamiento con fármacos y se aconseja la espera vigilante, de al menos 15 días, antes de considerar otras técnicas básicas como el consejo médico y las técnicas de resolución de problemas y de manejo del estrés mediante la administración de folletos y manuales sencillos. Estas técnicas, poco costosas, que no aportan ningún riesgo de iatrogenia por efectos secundarios adversos y que han demostrado en fechas recientes su eficacia, aportan argumentos para cuestionar la utilización de psicofármacos de primera, o incluso de segunda intención, en los trastornos afectivos menores. Por otra parte, cuando se ha preguntado a los pacientes de atención primaria, en estudios de satisfacción sobre las terapias recibidas, estos consideran las estrategias de afrontamiento y las técnicas de autoayuda más efectivas que la búsqueda de ayuda profesional o el tratamiento farmacológico.

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Autor Artículo 

María José Campos Diocaretz, Psicóloga UDD, Chile –  Bachelor of Psychological Science, Universidad de Newcastle, NSW, Australia.

 


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